Vocación de desaliño




Mi amor se había puesto esclerótico y era un jubilado que planeaba poemas en la franela de lustrar los muebles. Los escribía con el polvo de los días inútiles. Después los guardaba en el armario con la escoba de barrer cenizas y con la radio vieja que había olvidado la onda corta. Era un amor lejano a la comunicación en gigabaits, un amor de esos que llegan en las cartas no llamadas e-mail y que, a falta de buzones que no fueran hot, gi, yahoo no encontraba donde depositar su único sobre. Era un amor en sobre, ensobrado después de perfurmarse, recoleto y modernista como el cisne, a su vez, antiguo como pocos, y caído en desgracia sanitaria. Un amor en medio de un alzheimer que sacaba al amor de su galera y corría con él por los pasillos de los hospitales que el mar fue devorando pez tras pez. No se rindió a desalinearse con el mundo por propia vocación de desaliño. Era un amor esdrújulo con una lengua renga que sabía besar. Hablaba con el fondo de los ojos.


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