Debería ponerme un buen traje de loca
de llorona norteña en un velorio
y derrapar miserias por el verso
que es evidente que dan buen resultado.
Debería quebrar tanta mañana
de este otoño dulzón de sol entero
y hacerme con la lluvia de la vida
para llenar papeles con dolores.
Lo puedo hacer si quiero porque dolores sobran
y si fuera a contarlos
podría rellenar tres libros con poemas
de doscientas mil hojas cada uno.
Las penas no me faltan, me acompañan,
vienen a mí, despacio, como perros
enormes pero dóciles al riesgo de mi mano
que aprendió a acariciarlas, suavemente.
Las penas no me faltan, como a nadie le faltan.
Husmean mis cajones de doler
se sientan a mi mesa
y me trenzan el pelo de los sueños
con flores que he guardado
en libros de aventuras.
Pero no soy así.
Y tampoco me sale ser así
ni aún de vez en cuando ni para darme el gusto
de estar en el centro de un capítulo
y no ser
una nota en el margen de Las Gracias.