Apostilla

Debería ponerme un buen traje de loca
de llorona norteña en un velorio
y derrapar miserias por el verso
que es evidente que dan buen resultado.

Debería quebrar tanta mañana
de este otoño dulzón de sol entero
y hacerme con la lluvia de la vida
para llenar papeles con dolores.

Lo puedo hacer si quiero porque dolores sobran
y si fuera a contarlos
podría rellenar tres libros con poemas
de doscientas mil hojas cada uno.

Las penas no me faltan, me acompañan,
vienen a mí, despacio, como perros
enormes pero dóciles al riesgo de mi mano
que aprendió a acariciarlas, suavemente.

Las penas no me faltan, como a nadie le faltan.

Husmean mis cajones de doler
se sientan a mi mesa
y me trenzan el pelo de los sueños
con flores que he guardado
en libros de aventuras.

Pero no soy así.
Y tampoco me sale ser así
ni aún de vez en cuando ni para darme el gusto
de estar en el centro de un capítulo
y no ser
una nota en el margen de Las Gracias.


Taumaturgia

Para el don Oscar de Amalia


El hombre se destrama mientras siente
el porqué de callar sus vendavales
y volverse llovizna
o no volverse nada más que espuma
de un aire sin orquestas.

El hombre alza el pañuelo de los besos
y lo libera al aire

mientras lo ve rodar como una piedra líquida
piensa en todas sus lágrimas
en todos sus bostezos
en sus insomnios húmedos
en sus últimas risas.

El pañuelo se transforma en pájaro
que ríe entre las nubes
la búsqueda del sol.

El hombre, abajo, quisiera ser pañuelo
mientras dibuja pájaros sin alas
que va guardando en jaulas de papel.

Así apaga la luz, cierra la puerta
mientras oye volar entre sus páginas.