Mercader de Venecia



En tu boca no habita un mundo silencioso porque tu boca es una estampida de bisontes que atropellan espigas y montañas y ciegos y obsecados y magníficos alzan vuelo con grandes alas córneas de embestir a los ángeles. Ahí estás con tu lengua dándole cuerda hablada al enorme reloj del universo. Estás ahí, locuaz y alucinado, como una descomunal enciclopedia que recoge todas las rimas que existan con amor en todos los idiomas. Yo te observo en tu fiebre de batallar desnudo. Escucho tus desordenadas reprimendas, tus requiebros inhóspitos a mis estatuas ocres, tu voluntad de mundo. Te oigo en tus mujeres y en tus coitos, como te oigo en tus exasperaciones, en tus tragedias espalda con la asfixia, en toda tu creación irrespetuosa y en vos mismo. Veo un centauro que pelea al viento por conquistar de Dios el momento del Ángelus y esa luz exquisita del crepúsculo en que le crecen alas a la sombra. Ahí estás con tu oleaje de divisas en un rincón donde la identidad se superpone a la forma de ser. Sos una incógnita. Una lámpara que de repente se materializó en El Rastro después de habérsele perdido a un Aladino. ¿La compro o no la compro?

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