Animal que conversa





Ortográfica-mente

No somos como la realidad.

Lo dije
imaginando un mundo de cuentos amarillos
mientras nos extendíamos al borde del manzano.

Ni siquiera somos como niños que huyen
con el dulce desorden de los niños
jugando a la escondida.

Nuestra fragilidad no acude desde lo frágil,
no se parece a la madera balsa,
no se parece al vidrio,
no tenemos esa intrascendencia cristalina.
Somos un disparate de las hadas.

Un dispárate, dijo él
y se quedó tan pancho, boca arriba con su boca de pájaro.

Recién daba sus flores el manzano de invierno.







El terror de las sombras

de pasionales sombras con voces de ventrílocuo
Oliverio Girondo

Hablábamos de vos,
del mineral oscuro de tu sombra.
Éramos varias voces en un claro esponjoso
donde cabía el verde
igual que una parroquia abandonada
está llena de ecos que recuerda
aunque Dios haya muerto.

Hablábamos de vos,
de tu salitre cáustico,
de las capas profundas que ignoran la curtiembre,
del descarne,
del pulso metafísico,
del reloj que olvidaste junto al brocal del pozo.

Hablábamos de vos
y de la voz del agua entre tu nombre
de viejo paredón,
de orín del hierro,
de arcilla sin esmalte

pero él no lograba descubrirte 
y el resto hacía silencio.

Yo le hablaba de vos
y él me hablaba de vos.
Los dos hablábamos 
como si no estuvieras entre todas las voces

como si no estuvieras siquiera en nuestras voces.


Como si no estuvieras.






Colorama

A veces, el azul está quieto como un envase extraño,
como un énfasis roto 
perpetuamente incontinente, oscuro,
y se queda mirándonos sin prisa en discurrir.

Es cuando vamos mansos, lejos de la manada,
explicando la tarde de las hojas,
la sencillez que tiene el fruto dulce
en los labios amargos,
en la lengua que calla las vocales 
y hace de la esperanza un nudo consonántico.

Decías que las vocales eran todas azules
y que la a enrojecía solo al hablar de amor.
Y que la i era una serpiente líquida
cuando armaba la ira.
La u tenía ese sórdido corpúsculo de uranio
de las bombas.
La o se asombraba del desorden
en que se nos quemaban los papeles.
La e no te gustaba.

Decías muchas cosas extrañadas y jóvenes.
Improvisabas con una torpeza de maderas
y te reías de todos los caminos
que no llevan a Roma


si no a morir un día.






Acuarelar

Otoñará, le dije.
Él se quedó en silencio como un animal húmedo
debajo del granizo.

Otoñará este día con su luz y su pulpa,
con todo su candor arracimado
y con su austeridad.

Otoñará en la hoja del cansancio que acude
sin la vocinglería de los loros amantes
ni el zureo de amor del viento sur.

Recalará el otoño en todos los espacios de morir.

Otoñará distancia, fragilidad, yo misma
me licuaré la voz como en el ocre
se diluye el marrón y el amarillo.

Terminaré tan pálida como el otoño mismo


cuando llueve.



(Del poemario: Animal que conversa)


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