Al fondo de la caja



¿Qué voy a hacer con la mujer que lleva
sahumado el cabello con hollín de cebolla
y las manos atadas al ajo y al romero?

¿Qué voy a hacer con la mujer de a pie
que no usa zapatos de princesa de tacón elegante
ni se pinta las uñas ni se pinta los labios
y no se saca el jean ni bajo el agua?

¿Habrá alguna mujer en esta forma andrógina
de muchacho prepúber,
con la que me confunden por el pelo rapado a lo skinhead?

Ya no tengo un cabello majestuoso
desangrando sus ondas por mi espalda,
ni esa franqueza húmeda en los ojos con que habla el corazón.

Mis ojos están mudos de certezas.

Guardé las alas en un baúl de trastos
en el que nunca guardé muñecas rubias

(yo no quise muñecas ni jueguitos de té
porque jugaba al fútbol y a la guerra).

¿Mis amigos? Varones.

Manejo una katana Ojo de Tigre
y aprendí a usar el Klaukol y pegar azulejos,
poner pisos, encolar los muebles,
revocar la pared, pintarla luego, arreglar los enchufes,
resolver los problemas de pérdida de agua.

No me asusta una rata ni un murciélago
ni me asusta una víbora ni un sapo.
Llevo de maravillas la falta de comida y la falta de luz.

No me gusta pescar. Hay que tener paciencia.
Me gusta amasar pan. Requiere brío.

Y usted,
me llega hasta la isla amurallada
con su mundo de remos ancestrales,
capitán de la voz que no conozco
y llama por su nombre a la mujer oculta,
prohibida,
a aquella que se fue o que no está.

Me regala la caja de Pandora
una vez ya vaciada sobre el mundo.

¿Ves lo que hay en el fondo? me pregunta.
Yo veo la esperanza.

(Del contrapunto con Jonh Madison: A instigación del viento)


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