Imagen de Elfen Lied |
No quiero lastimar
esa colmena que hay en su corazón.
No quiero lastimar a sus abejas
ni adulterar su miel adormilada
que hervirá en sus futuros de brujas futuristas.
Soy un bichito raro.
Tengo caparazón,
alitas de murciélago
y garras que están un poco mochas
pero responden bien a la defensa.
Soy un bichito raro en su grutita,
juntador de bellotas y papeles
acostumbrado a un otoño interminable
que ya no le preocupa.
No crean que soy una mujer que se parece
a una pobre mujer
ni soy una mujer necesitada de un hombre protector
que acomode en su oído las ansiadas lisonjas
y todas esas flores que seducen
(en teoría)
al consetudinario femenino.
A veces les diría que hago de mujer
para no sentirme desterrada del gremio,
definitivamente.
En algún punto ese Sicario y yo somos lo mismo
aunque él es más sano e inocente
y no sabe matar por más que diga.
Matar es otro asunto, un poco más severo y efectivo,
porque desde la muerte no se vuelve.
Y no se vuelve más.
No el muerto. El que ha matado es el que no regresa
jamás desde la muerte
-dice un amigo mío-.
Y para matar al amor
hay que matarse
hasta la más extrema descorazonadura.
Lo sé por experiencia.
Y en eBay, me dijeron, no venden corazones
ni se pueden pedir al Ministerio.
Desnudo por desnudo.
Revólver en la mesa.
Gire el tambor.
Su turno...
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