Paisaje con laguna

 



Nada va a devolverme 

ni la laguna rota por la luna de octubre

ni la pluma de cisne para escribir el agua.


Nada va a devolverme

el rizo fantasmal del espejismo

sobre un camino claroscuro y árido

como un hábil recuerdo del corazón que fue.


Le propongo distancia a los silencios.


Una distancia fuera de rituales,

lejos de los excesos de las rosas,

cercada de lavandas,

ardida de romeros.


Ahí, nada puede llegar a devolverme

las frecuencias del antes

donde el jolgorio de las mariposas

era una fe de vida

o era una fe debida.


La luz dispersa la credulidad,

ilumina con sombras repentinas y calmas

lo que se apaga del deslumbramiento


y deja apenas un claror difuso

un claror desmembrado

como algún buen recuerdo que termina

travestido de olvido.


Pareciéndose al miércoles

 



Se dice de los miércoles

que son esos días sin fortuna
a mitad de almanaque
y atrapados
en el centro gravitacional de la semana.

Días a medio hacer en la tristeza,
insulsos y peores que los lunes
porque no generan su rechazo
ni alegría tampoco al estilo del viernes.

Un poema los miércoles de lluvia
es apenas un trozo del otoño,
una rama sin luces que golpea en el vidrio
su llamada a las hojas
como un pájaro viejo que se muere
en un rayo de sol.

El miércoles es calmo y silencioso.
Una fruta sin punto de sazón aún
que madura en su pálida impaciencia
los jugos por venir.

Yo soy, a veces, una especie de miércoles de humo,
un miércoles sin gente,
con algunas torcazas
y tu voz que me olvida

y que se vuelve lentamente

aire.

Algarrobada

 



El litoral del canto se ha quedado

sin los ríos oscuros

y está muy seca su lengua de raíces

bajo la sed de un sol que es todo invierno.


Observo este paisaje

y dejan de ser míos los horneros

que no miran al sur. 

Hay una neblina hecha con junios

atada sobre julio como un ancla sin barco

y el silencio

es todos los silencios 

apilados sobre la lengua rota.


En mi jardín de invierno habita el frío

aunque le caiga encima el mediodía.


En un rincón, 

ese que tiene sombra todo el año,

ayer, bajo el menguante de una luna de hielo

planté un algarrobito.


Y hoy estaba todavía ahí, 

fuerte y pequeño, como su voz de árbol que se precia

de resistir la helada en las postrimerías del  paisaje.


No olvida, mi algarrobo, su condición de árbol.

Yo tampoco.

Yo no soy Groucha Marx

 


No tengo otros principios, tengo estos

y no negocio mis fidelidades

ni en la vidriera de las vanidades

me vendo a los denarios deshonestos.

 

Escucho atentamente a los supuestos

mercaderes que alteran las verdades

y pongo en pie de fe mis lealtades

para hablar el idioma de los gestos.

 

Al sol que más calienta no me sumo.

Si me buscan, soy perra que pelea

y más difícil que la rima en "ipios".

 

No ando por allí vendiendo humo

ni cambio al ritmo del calzón, la idea.

Así que no. No tengo otros principios.

 

 


Réplica de silencio

 


Me gustaba tu idioma.

Era un idioma ágil de “al pan pan”

sin divagues de ausencia cuando hablabas.

 

Leía a alguien real, de carne y hueso.

Leía a alguien sencillo de entender.

Leía a alguien,

no a una figuración, no a un espejismo.

 

Alguien

que se hacía preguntas

y yo me preguntaba

si quien iba a tu lado

no te explicaba lo que preguntabas

o si conocías las respuestas

y preguntabas para divertirte.

 

Me inclino a pensar en lo segundo.

 

Las diversiones no tienen forma fija

y cada uno adopta la que va con su estampa.

 

Luego de divertido, se retira

como dejando el circo

en que su mano desapareció magos,

mató a los trapecistas,

y robó los payasos desteñidos.

 

Quizás te hizo sentir feliz el disparate

tal como aconteció

y apenas eso buscabas en mi mundo.

Pero mi mundo

está lleno de gente como yo

que cree que en lo bueno esta la cura

y que en lo solidario, la respuesta.

 

Y que se puede hacer algo mejor

si acercamos las manos a aquel que nos las pide.

 

Esa es realidad en la que vivo.

Por si no lo sabías

te lo cuento

 

 

 

 

 

 

Animal que conversa II




Luz mala*

Ya no puedo bailar. Se fue ese tiempo
de los giros veloces,
del pañuelo que vuela hasta los pájaros,
del relente de música en la sangre.

Ahora todo es tácito. Está quieto.

No puedo sobornar los huesos de mi mapa
y me transformo en una anciana renga,
que escribe sus memorias en el caos
como la mariposa.

Delineo mis ojos con pintura de guerra.

Quizás bailemos quietos un ritmo insospechado
y después
después de haber bebido
reído
hasta girado en ochos majestuosos
y arrestos inmaduros
ya no pueda mover mi esqueleto de momia
y tengas que cargarme hasta la casa.

Señalo el maquillaje. El cuarteto de sombras,
alcanzámelo, digo.

Y repetís: Un cuarteto de sombras
lo mismo que nosotros.

Siempre tu punch de drama, pienso a penas.

Salimos a bailar. Sueño que puedo.



*Se le llama así a la fosforescencia que en la noche producen los huesos de esqueletos abandonados en el medio del campo. Le dicen luz mala porque danza sobre los muertos.








Finalidad del donativo

Ciertas cosas no están hechas para el don, decías
y abreviabas la vida de la desesperanza;
yo aprendí a combatir esa constante
y me dejé llevar por la inconstancia de la improvisación.
Agregabas aquella expresión a tus victorias
como una conquista sobre la voluntad de pertenencia
que llamabas tu sino
y te reías de él.

Siempre me pareció la tuya una irreverencia trágica
y por eso te contestaba eso de que yo
me consideraba un tanto mística
aunque intentara 
también 
sacarme el don de encima.

Mi rebelión te hace reír, aún.

Te hace reír con tu inclinación hacia la metafísica inclemente
donde los muertos se manifiestan
en una procesión que no termina sino en tu corazón


desangelable.






Sensación interrupta

Hablemos de otra cosa, dice tu voz oculta

pero tu voz 
tiene esa construcción silenciosa
de hormiguero nocturno 
que se apodera de los cimientos de la casa.

Tu voz que no se escucha crea túneles,
tuneliza lo que se no se ve
y después hay que bajar a esas estructuras subterráneas
como si bajáramos a una estación de subte
atestada de ánimas que huyen de su condición de transparencia.

Me explicás que la muerte 
tiene una serenidad poco común cuando se instala.

Yo también lo sé.

Nos miramos, como viejos ladrones cómplices
que aún guardan un tesoro
sabiéndose incapaces de gastarlo.

Los tesoros no están para gastarse, decís.

Sobreviene el silencio, como un robo.


(Del poemario: Animal que conversa)


Animal que conversa





Ortográfica-mente

No somos como la realidad.

Lo dije
imaginando un mundo de cuentos amarillos
mientras nos extendíamos al borde del manzano.

Ni siquiera somos como niños que huyen
con el dulce desorden de los niños
jugando a la escondida.

Nuestra fragilidad no acude desde lo frágil,
no se parece a la madera balsa,
no se parece al vidrio,
no tenemos esa intrascendencia cristalina.
Somos un disparate de las hadas.

Un dispárate, dijo él
y se quedó tan pancho, boca arriba con su boca de pájaro.

Recién daba sus flores el manzano de invierno.







El terror de las sombras

de pasionales sombras con voces de ventrílocuo
Oliverio Girondo

Hablábamos de vos,
del mineral oscuro de tu sombra.
Éramos varias voces en un claro esponjoso
donde cabía el verde
igual que una parroquia abandonada
está llena de ecos que recuerda
aunque Dios haya muerto.

Hablábamos de vos,
de tu salitre cáustico,
de las capas profundas que ignoran la curtiembre,
del descarne,
del pulso metafísico,
del reloj que olvidaste junto al brocal del pozo.

Hablábamos de vos
y de la voz del agua entre tu nombre
de viejo paredón,
de orín del hierro,
de arcilla sin esmalte

pero él no lograba descubrirte 
y el resto hacía silencio.

Yo le hablaba de vos
y él me hablaba de vos.
Los dos hablábamos 
como si no estuvieras entre todas las voces

como si no estuvieras siquiera en nuestras voces.


Como si no estuvieras.






Colorama

A veces, el azul está quieto como un envase extraño,
como un énfasis roto 
perpetuamente incontinente, oscuro,
y se queda mirándonos sin prisa en discurrir.

Es cuando vamos mansos, lejos de la manada,
explicando la tarde de las hojas,
la sencillez que tiene el fruto dulce
en los labios amargos,
en la lengua que calla las vocales 
y hace de la esperanza un nudo consonántico.

Decías que las vocales eran todas azules
y que la a enrojecía solo al hablar de amor.
Y que la i era una serpiente líquida
cuando armaba la ira.
La u tenía ese sórdido corpúsculo de uranio
de las bombas.
La o se asombraba del desorden
en que se nos quemaban los papeles.
La e no te gustaba.

Decías muchas cosas extrañadas y jóvenes.
Improvisabas con una torpeza de maderas
y te reías de todos los caminos
que no llevan a Roma


si no a morir un día.






Acuarelar

Otoñará, le dije.
Él se quedó en silencio como un animal húmedo
debajo del granizo.

Otoñará este día con su luz y su pulpa,
con todo su candor arracimado
y con su austeridad.

Otoñará en la hoja del cansancio que acude
sin la vocinglería de los loros amantes
ni el zureo de amor del viento sur.

Recalará el otoño en todos los espacios de morir.

Otoñará distancia, fragilidad, yo misma
me licuaré la voz como en el ocre
se diluye el marrón y el amarillo.

Terminaré tan pálida como el otoño mismo


cuando llueve.



(Del poemario: Animal que conversa)


Espadachín del cielo.




Si te vas,
tu voz dinamitera deja un hueco
en el hostal del alma,
en la pequeña cama de los sueños más frágiles,
en la cocina de los más intensos.

Si te vas,
tu voz vacía el mar de sus tsunamis
y los peces del sándalo se mueren
cuando quieren volar a su infinito.

Si te vas,
toda la leña se volverá verde y no hará fuego,
olerá el bosque a humo sin calor,
y lloraran los duendes de resina un perfume sin alma.

¿Quién es capaz de expulsarte de esa boca
que te dieron para volverla útil igual que una bandera
que te conduce a un grito planetario?

Te esperan los tambores
del pulmón de la vida,
de la entraña animal de la palabra,
de las luces profundas que nadie alcanza a ver
en el túnel del hombre.

Que regrese esa rosa de los truenos
a florecer la sangre de tu lengua.

Quiero que hagas rodar cabezas y castillos.


Mercader de Venecia



En tu boca no habita un mundo silencioso porque tu boca es una estampida de bisontes que atropellan espigas y montañas y ciegos y obsecados y magníficos alzan vuelo con grandes alas córneas de embestir a los ángeles. Ahí estás con tu lengua dándole cuerda hablada al enorme reloj del universo. Estás ahí, locuaz y alucinado, como una descomunal enciclopedia que recoge todas las rimas que existan con amor en todos los idiomas. Yo te observo en tu fiebre de batallar desnudo. Escucho tus desordenadas reprimendas, tus requiebros inhóspitos a mis estatuas ocres, tu voluntad de mundo. Te oigo en tus mujeres y en tus coitos, como te oigo en tus exasperaciones, en tus tragedias espalda con la asfixia, en toda tu creación irrespetuosa y en vos mismo. Veo un centauro que pelea al viento por conquistar de Dios el momento del Ángelus y esa luz exquisita del crepúsculo en que le crecen alas a la sombra. Ahí estás con tu oleaje de divisas en un rincón donde la identidad se superpone a la forma de ser. Sos una incógnita. Una lámpara que de repente se materializó en El Rastro después de habérsele perdido a un Aladino. ¿La compro o no la compro?

Fallecimiento de los espejismos



Me siento un espejismo que demora su desaparición de tus pupilas. Se queda ahí, temblando, hecho de aire, fabricante de juegos de vapor, inexistente para la realidad, vivo en tus ojos. Un espejismo de ríos faraónicos que habitan en iglesias sin dioses, todavía, que se trajinen la fe de sus conversos a golpes de amapola. Un espejismo en el que nunca llueve y que murió de canto como un modesto silencio de corchea. Y allí estás vos, danzando como un fauno, encabritando sílfides al son del caramillo como un flautista de Hamelin sin su flauta, que talla en el azúcar dulces casitas dulces donde mudar abejas. Mi espejismo te mira desde el polvo, victorioso en tu jungla de mil sacerdotisas que han aprendido el sí. Estamos pobres, diosa… me dice mi espejismo y no hay Blokium que alcance para alzar la piroutte. Necrosis trocantérica destruye bailarina. Todo el mundo lo sabe… Mi espejismo, despacio, nos diluye, a mí y a él que ya no es espejismo mientras amaina el viento sobre el viento.




Ciudad portuaria






A veces, en la boca se me acumula el miedo a la palabra y una niebla de puerto se resigna a no tener fronteras. Dejé los pass de deux en el cuarto del fondo, atados al baúl del hechicero encantador de murgas, hacedor de cadenas de vidrio y amapolas, navegador de vírgenes, burilador de putas y amante de quién sabe que otro mundo al que no quiero entrar. Tengo bastante con la ferocidad de mis recuerdos, con los gritos de viejas pesadillas, con mis flores que no responden a la credulidad que las inmola. Tengo bastante con todas las fogatas que quemaron mi bosques y mis ciervos y con la reedición de las mentiras que endulzan con el opio de las lágrimas. Escapo como puedo de mi muerte y hemos llegado a hacer un trato justo. Le he dado un cuarto aquí en mi corazón.


Pececito islero






Ya tengo recorridas las ausencias con su ir y venir, sus cambalaches, sus viejas intenciones y sus antiguas luces apagadas de adioses y de promesas falsas. No creo ya en románticos libelos ni en panfletos que arden. Mi experiencia de amor fue toda pánico y quedó así, casi hecha un ataque a flor de piel y a flor de inteligencia. Quizás sean los años en los que conviví con la desgracia, los que me ha transformado en esta Hormiga Atómica, atónita de a ratos frente al fragor vital que se vislumbra más allá del témpano. Como una semillita de jengibre, algunas penas curo porque tanto vivir no ha sido en vano y tengo una raíz benefactora para el dolor de grito, o cuando el llanto duele hasta las lágrimas. Me gustan los veranos de retoño profundo, que devuelvan carisma verde al polvo de los días porque los días pasan como un viento de agosto que no sabe aferrarse a la fortuna. He dejado el invierno para luego cuando ya sea tarde en la sonrisa.

Vocación de desaliño




Mi amor se había puesto esclerótico y era un jubilado que planeaba poemas en la franela de lustrar los muebles. Los escribía con el polvo de los días inútiles. Después los guardaba en el armario con la escoba de barrer cenizas y con la radio vieja que había olvidado la onda corta. Era un amor lejano a la comunicación en gigabaits, un amor de esos que llegan en las cartas no llamadas e-mail y que, a falta de buzones que no fueran hot, gi, yahoo no encontraba donde depositar su único sobre. Era un amor en sobre, ensobrado después de perfurmarse, recoleto y modernista como el cisne, a su vez, antiguo como pocos, y caído en desgracia sanitaria. Un amor en medio de un alzheimer que sacaba al amor de su galera y corría con él por los pasillos de los hospitales que el mar fue devorando pez tras pez. No se rindió a desalinearse con el mundo por propia vocación de desaliño. Era un amor esdrújulo con una lengua renga que sabía besar. Hablaba con el fondo de los ojos.


Hombre de pie en la piel



¿Cuál es tu idea de matar despacio?
¿Andar con dos pistolas y a los tiros
acertándole
al
aire?

Mi carne y hueso tiemblan con los ruidos
porque así
acontecen los fantasmas de la desesperanza.

Hombre de pie en la piel,
hombre de pie en tu hombre de hombre hombre,
tenaz e involutivo
primigenio y suavemente proto

(diría García Márquez: protomacho)

mi Neanderthal del verbo de las magias,
yo no soy del kaboom...

no te ilusiones.

Yo soy del gota a gota y gata a gatas,
porque sé disfrutar de cada mundo en que tus barcos anclen.

Yo no soy la pariente del apuro
ni soy amiga del todo hoy y aquí.

Me gustan los remansos en los gustos,
los sabores que nacen de los descubrimientos
cuando se pone fin a la invasión y crecen flores nuevas
en el color de lo desconocido.

Soy casi como un burro. Terca y tenaz,
personal, pequeña, irreductible
y toda de algodón si hay un Moguer
para hacerse a mi piel los tonos gualdas.

Tus flotas de metáforas y luces
se agolpan en mis puertos tributarios.

Hombre del corazón, alfiler manso, saxo tenor...
¿me cantas al oído?

A-lunecer

Yo estoy como los lunes, hombre del corazón,
estoy como los lunes
con toda la semana hecha con gajos
y con el tiempo al borde.

Estoy como los lunes, en las postrimerías del entorno
en que comienza el viento
y las hojas se arden en un otoño manso
que poco sabe de las vacilaciones.

Le dejé otro poema a tu amigo que anda con pistolas.
Pensé que iba a entregártelo
pero seguramente estaba ocupadísimo
o no andaba su humor para poetas de zapatos izquierdos
o de dos pies derechos.
En fin
de fina nada y encima mal vestida de pirata Salgari
como la hija del capitán Morgan.

Habrá dicho ¿y ésta quiere hablar?
¿Y encima le manda cartas color rosa?

Yo estoy como los lunes, ya te dije
esperando tu voz dentro del sobre
que extraviaron las grullas en su viaje
al corazón de China

(o de la china)

- para el caso es lo mismo -

La flor encendida


El sol ha suspendido su desnudo,
se ha quitado su cáscara de seda sobre la voz del día
y en pantuflas de niebla
camina por la calle como un pequeño preso
que no recibe cartas.




El frío llega a pie sobre su sombra.
Es un filo de cristal que punza
la claridad más fértil
y la deja caer, lluviosa y desangrada,
lo mismo que un disfraz apolillado.

Todo parece diferente ahora.
Yo no sé si más claro.
Diferente.

Será la procesión de las ausencias
como una larga colecta interminable
de robar las pequeñas alegrías.
Ese rebrote a muerto que no termina nunca de morir
y nace en todas partes
enfrentándose al sol y al viento sur.

Yo no sé escribir cuentos cuando escribo poemas.
Soy bastante primaria en ese aspecto.
Escribo lo que late entre mis manos,
lo que mi mundo siente
y todas esas cosas pequeñitas que no reclaman nada.

Ya sufrí mucho.
Ya fui una fruta rota y una canción mordida
y un eclipse y un muerto.

Ya estuve muerta alguna vez también.

Ahora estoy viva
tan de regreso como una clarinada

a pesar del otoño en que anochece.