Mi rebelión se gesta como un monstruo pelado
con la boca sin dientes y las uñas quebradas,
jugando a la imprudencia de las desaforadas
cuestiones de algún hado
de cubilete torpe, como de torpe dado.
Mi rebelión se abre como un último aquenio
de un árbol que está seco pero resiste otoños
con la tozudez cruda que infecta a ciertos ñoños
que ocupan el proscenio
gritando a voz en cuello que Jesús era esenio.
No cree sin embargo en la filantropía
como un claro anticipo de la melancolía
cuando no queda nada que justifique lucha.
El sordo nunca escucha
porque el mediocre es sordo para la rebeldía.
Así que háganse a un lado los justos invisibles
los rectos diminutos, los santos del derecho.
Hagánse a un lado digo, que en corredor estrecho
se vuelven prescindibles
tantas disertaciones de idiotas inservibles.
Su nada, es más que un hecho.
¡A mí, los invencibles!
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