(A vos, maltratador)
Hay pequeños muñequitos de barro
- valga este pleonasmo miniaturizante -
que se piensan preciosos y efectistas
y se apantallan, generosos consigo,
con alucinantes pergaminos iconoclastas
que hay que traducir del chino histórico.
Se alzan como mentores experimentados
de las débiles, las flojas, las cumplidoras,
las "pobrecita yo"
como si fueran cruzados apoteóticos,
príncipes elegidos por el dedo de Dios
para el rescate de cuentísticas princesas
- cautivas de los sueños de los que nunca
se conoce el porqué -
como si la vida cupiera en las explicaciones
que escriben con sus barbas sin remojar
como hacen los soberbios
que se las saben todas menos aquellas que tienen que saber.
Vierten quejas menudas o rimbombantes
- igual que ellas hacen por su lado -
y siempre tienen la objeción a tiro
y la explicación presuntuosa
para todos los males de Blancanieves
a la que nunca consiguen sacarle la manzana del garguero
sino que hacen de bruja mala
una y otra vez
ahogando desgracia y princesa
a tomatazos
- arrojados desde la platea del ridículo -.
Juzgadores de pro
frente al juicio menor se ponen cuasi histerizados
- tanto que critican a la princesa lánguida -
y los asustan los demonios
los cazadores de lobos
los musulmanes dueños del Santo Sepulcro
- porque en realidad ellos, los príncipes,
no son ni caballeros, ni cruzados,
sino inventos de celuloide atrapados en su propia película
lamentable -
Lo peor del asunto de estos señores
es que son propensos al miedo.
Son cobardes
en la intimidad de sus miserias frente al espejo
donde no pueden envolver princesas
porque
solamente
están ellos
y no hay público al que engatuzar con la lengua rabiosa
y el verbo primigenio y asombroso.
Yo nunca fui princesa
y menos aún fui lánguida o quejosa o débil
y por eso siempre voy por lo racional.
Soy de emociones y de pasión fuerte
pero analítica y precisa
porque de eso se trata la sobrevivencia.
Nadie se salva en un botecito de papel,
ni siquiera
metafóricamente fabricado por una lengua febril
que quiere adquirir el paraíso.
Yo soy de las que reman la tormenta
y por eso no me pliego a la voz de los rayos
ni le temo a la del viento que confunde las brújulas.
Odio los tiros por elevación cuando los cobardes
no saben pegar un shunt al arco
y que el gol se produzca frente a frente.
( Grupos autogestionados de rescate a la víctima de violencia doméstica - Del: Cuadernillo del Taller Literario: Abrepalabras - 2011)
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