Ánfora y agua: Tuve un lobo una vez

Tuve un lobo una vez que se llamaba Piotr

Pequeño, diminuto, ínfimo bífido
emasculado y frágil
con la lengüita rastrera de cultismos
y la vergüenza idiota de los débiles.

Cobarde menesteroso sin consuelo ni agallas
empobrecido
cianótico inquilino de un viento de cadáveres
que te aletarga la impávida inconsciencia

¿o será inconsistencia?

Quejoso lloriquero
cloqueador de la dignidad turbia
incapaz de algún acto de heroísmo
más alto que la queja.

Francotirador amasado con muchas estupideces rococoicas
sórdido esperpento que huye a donde no te alcancen los reclamos
cobarde del me escondo y grito desde lejos
lo que no puedo enfrentar ni usando Viagra.

Miniatura deforme de un gentilhombre estéril
impostación estólida de un gentleman
inmoral de los miedos
pobre bicho que repta entre las piedras
magro de espíritu
Débil
Débil
Débil

Mi verdeygris te mira solaparte
y sonríe.

Los motivos de Ultraversal - Valentín Martín

La aventura de escribir sólo es comparable a la aventura de vivir. Sin embargo, aquella escapa más a la finitud y perdura más allá de la memoria física de los hombres y las mujeres que la alimentaron. Un grupo de seres humanos luminosos trascienden los mares y se juntan aquí en un proyecto literario que suma ambas cosas –escribir y vivir– esperándose cada día para mirarse con los mismos ojos. Milagro de Internet, que devora barreras y edifica motivos para alimentar esperanza al compás de ensanchar convivencias que, de otra forma, habrían sido imposibles. Ultraversal es uno de los ejemplos y el que más amo

De hombres imposibles y otras visicitudes

un hombre dice
"una mujer me olvida"

se va al arcón y saca cuatro tardes
una bufanda a cuadros
una boina para el aguanieve
y El Profeta

prepara un té
exprime el último limón del árbol
piensa en otras mujeres que le olvidaron antes
revuelve en los bolsillos del poema
varias migas de pan
que ya no tienen pájaros

un hombre dice
"una mujer me olvida y otra y otra"
y así sale a la calle
con un morral de ausencia con biromes
para escribir su historia en las veredas
y contar con grafittis
todos esos amores que intenta conservar
como a una vieja flor resguarda un libro

sale a la calle con todas sus mujeres en la boca
y el corazón sin nadie

lleva una caña de pescar de mimbre
con un anzuelo de enganchar estrellas

en el parque
la Municipalidad está atareada
demoliendo la Fuente del Deseo

el hombre saca del último bolsillo
un parche de pirata
y se cubre la boca
como si fuera un ciego de morfemas

un guardián de los nombres que le gustan
un recién operado de palabras
un diputado triste que se abstiene
un domador de grillos

se lleva a sus mujeres de la pena a algún lugar remoto
desde el que no regresen a buscarlo
para presuponerse
en sus olvidos

Las cosas que Valentín Martín dice de mí

Por el Jueves de Corpus, por San Roque, por el día de Todos los Santos, por Año Nuevo, madre mataba un gallo.

El gallo de madre había sido criado solo con cebada sin abono y a pleno corral y por supuesto mucho quiqui con las gallinas, lo que sin duda le hacía ser un gallo feliz.

Madre lo ponía con arroz, para que cundiese más, el arroz no faltaba nunca en aquella casa y en aquellos tiempos en los que con demasiada frecuencia la bombilla parpadeaba, se volvía más pálida poco a poco y la luz terminaba por irse hasta el día siguiente; arroz con costillas, arroz con lentejas, arroz con patatas, arroz con bacalao, menuda era madre para inventar abundancia, una leona rubia que no dejó pasar una pizca de hambre a los suyos.

Madre compraba el arroz con la cartilla de racionamiento en casa de la señora Julia o, más a menudo, en casa de tío Barbero que lo traía de estraperlo y era mucho más barato. El gallo de madre estaba muy bueno, se ve que ella sabía administrar muy bien el bienestar de la familia.

Algo así sucede con la poesía de Eva Lucía, que es una fiesta como una mañana limpia o una muchacha cargada de promesas.

Con Eva Lucía siempre queremos más, pero quizás no resistiésemos tanta púrpura si se convirtiese en aluvión. Es como las pleamares indómitas, que aparecen por sorpresa y luego se amansan, porque en Lucía incluso los largos silencios son poéticos. Y es que se sabe que hasta Manolete, solo dos y el de pecho, pero qué dos y qué pase de pecho, hasta el punto de que los toreros más legendarios están antes en el amor del pueblo que los innumerables trabajadores del gremio que vinieron a partir de la revolución del de Córdoba.

La poesía de Eva Lucía aúna la luminosidad de un gesto parecido a un nuevo modernismo con la profundidad de los conceptistas (especialmente en sus sonetos) envuelta en un enamoramiento de realismo mágico que está pidiendo eternidad a gritos. Ella propone siempre una teoría de la felicidad, como una hechicera mayor que todavía no se ha perdido y que sigue despertando a las palabras para ofrecerlas como una fiesta a la tribu que más ama. Y el corazón se llama ya Lucía.

Parece que arriesga, pero no; ni siquiera cuando se entrega el juego festivo de las décimas donde el revuelo de su falda parece hasta literariamente lucrativo. Porque pocas veces se ha visto un pulso poético más firme en cada una de sus vertientes y en cada uno de sus destellos, que avanzan con la seguridad de un crucero bautizado para las largas travesías.

De eso se trata, de que cada propuesta de la autora tenga un fundamento con tanto corazón como cabeza, pero sobre todo con una fresca seducción que está presente en todos los poemas, sin arrepentimientos.

La lozanía poética de Eva Lucía es inaudita. Se suma a la batalla contra la vulgaridad desde la belleza como vehículo arterial de su obra, pero sobre todo a través de un entusiasmo siempre joven que apacienta una renovación personal y la propaga al resto en dulcísimos contrapuntos o en islas literarias destinadas a sobrevivir sin quebrar jamás.

Pocas veces hemos visto cristalizar un planteamiento formal con el sentimiento de libertad que parece inevitable en su configuración lírica, como si estuviese huyendo siempre de la vacuidad. Muchos de sus versos son gozosamente estremecedores, como las caricias furtivas y adolescentes. Y todos su poemas, umbríos o festivos, tienen el toque labrador de la sensibilidad maga que es otra de las señales de Lucía.

Pasará el tiempo y se recordará siempre esta rebelión contra el dogmatismo, que la lleva a pelear en campo abierto y a pecho descubierto, sin trincheras ni uniformes, sino desde una interpretación de la literatura fiel a sí misma y a lo que el corazón le dice. Pero es que el corazón de Lucía se baña todas las noches en las aguas del talento, para ofrecerse así cada día en una estética basada en principios siempre excepcionales. La belleza de su poesía se ha instalado en ella en perpetuo estado de insumisión. Y eso es lo que nos llega, en un alarde de escapismo por la vía del ensueño, o de la evasión a través de la palabra exacta y a la vez singular.

La poesía de Eva Lucía no quebrará nunca porque es portadora de fundamentos eternos, y además probablemente fraguará vanguardias, o algo parecido a un nuevo ejercicio creador que los que vendrán después absorberán con avidez.

Me parece que a eso se le llama futuro.

De momento, a mí me sabe como el gallo de madre.

Valentín Martín Martín - Crítico literario (y buen amigo con el que estoy peleada, porque una también se pelea con los amigos, de vez en vez) - España

Ánfora y agua

Tuve un lobo una vez

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