El litoral del canto se ha quedado
sin los ríos oscuros
y está muy seca su lengua de raíces
bajo la sed de un sol que es todo invierno.
Observo este paisaje
y dejan de ser míos los horneros
que no miran al sur.
Hay una neblina hecha con junios
atada sobre julio como un ancla sin barco
y el silencio
es todos los silencios
apilados sobre la lengua rota.
En mi jardín de invierno habita el frío
aunque le caiga encima el mediodía.
En un rincón,
ese que tiene sombra todo el año,
ayer, bajo el menguante de una luna de hielo
planté un algarrobito.
Y hoy estaba todavía ahí,
fuerte y pequeño, como su voz de árbol que se precia
de resistir la helada en las postrimerías del paisaje.
No olvida, mi algarrobo, su condición de árbol.
Yo tampoco.
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