VI

Soy una gata negra
absurda gata negra hecha en la noche
que no se ve a la luz
por más que brille.

Una gata que vuela
que se funde
que se esparce como eso de llover
estrellas apagadas
muertas ya desde el siempre.

Pero sé lo que soy.
Sé lo que quiero porque además
he sido autodidacta en esto de vivir.

Sé a donde voy y a donde no regreso
a fuerza de aprender
como se muere un poco en todos lados.

No quiero que me regales nada a mí.
Ni una palabra más
ni un sol de frente
ni un tumulto de mar
ni un cascarudo
ni un pétalo
ni un trueno
ni algún susto
pariente de otros sustos.

No cazo tu ratón
no ato tu perro
ni lluevo en tu tormenta dadivosa
los restos de mi sed.

Me vuelvo a los adentros de mi sombra
y cancelo si hubiera alguna cita
para que tu alboroto se desmadre
y toques tu tambor de cacería
libertino y libérrimo
lejos de los sonidos de este grillo
sin alas.

Siempre estuve bien sola
como un hito
en algún pico de los Andes Áridos.

Así que muchas gracias
pero La Feria del Amor es la otra puerta.

IV

Entonces me reclino
encima de esta mesa de madera
como madera húmeda
como estatuita indígena
que alguien dejó acostada entre dos vasos
y unas migas de pan.

Lluevo como una cosa crepuscular
que nadie ha descubierto
ni ha nombrado.

Lluevo sin el rocío de la mañana
encima de la espina de la rosa
cuando cuelga
en una efímera lágrima llovida
en que se mira el día mientras nace.

Lluevo en tu vino mordisqueador
en tus ojos bulímicos
en tus manos de artífice de flores
en tu poema lluevo
sobre las velas que nos iluminan en tu bar de mentira
como dos figuritas en las que quepa el alma.

Lluevo en mi pastoral
sobre todas mis cosas y tus versos
y sobre las reliquias
desde el fondo de mí te lluevo en vino
en apresuramiento
en mi misma te lluevo...

No sé si de tu tierra nacerán mis relámpagos
pero igual
es tu sed...

y este es mi trueno
hoy
matador de homicidas a palabras.

V

Yo me atajo tus furias con palomas
mientras busco el paraguas
uno de Mary Poppins
que tengo reservado a la ocasión
en que me lluevan ángeles de besos.

Y te veo caer
-por un agujerito del paraguas-
 desde tu cielo intrépido de hombre
montado en una vid
comandando el diluvio de tu boca de sed
sobre mi pelo.

Venís a medio desnudar los rayos
que te van aromando ozono en los bolsillos
de tu piel de planeta.

Tan amplio como el lujo de la vida
tan desmadrado como un Paraná torpe
que sube como mar por las barrancas
tan femeninas ellas, recostadas y explícitas
y él
tan masculino que se las bebe
hasta dejarlas dóciles y lacias.

Algo así es tu tumulto caribeño
untado de mojito y de canela
cuando se me acaballa en los sentidos.